Fue en la corte angevina donde el laborar de múltiples historiadores y cronistas tejió, en francés, inglés o latín, la historia gloriosa de los duques de Normandía y su papel como continuadores del reino mítico de Arturo. Fue en su seno donde se dignificó el status real de Arturo y desde donde éste se elevó como el máximo rey de la cristiandad, oponiendo su mundo de cortesía y aventuras a una realidad que se le presentaba a los caballeros como cada vez más sórdida e insostenible. Pues, en un mundo donde los reyes eran modestos, tacaños y deseosos de despojar de privilegios a sus vasallos, capaces de otorgar poder y privilegios a los habitantes de las incipientes ciudades y tomar como consejeros a burgueses y mercaderes, las más brillantes cortes feudales votaron decididamente por una literatura en la que la visión del mundo era su ideal, uno en el que el rey debe se el mejor caballero, destacar por su generosidad y cortesía, y su entorno debe estar reservado a los caballeros, lejos del alcance de los villanos y sus pobres ambiciones, y de los burgueses y su sucia codicia. Al “derecho de sangre” de reyes semejantes, los vasallos más poderosos opusieron el derecho de los hechos, las hazañas y la fama personales; y optaron por avalar y alabar una literatura en la que la figura regia es un referente lejano y nebuloso a la par que está llena de grandeza y en la que las hazañas y los premios son asunto de sus caballeros.
Si observamos al héroe emblemático de la caballería artúrica
tendremos un buen ejemplo del héroe ideal de ese momento. Gauvain aparece por
primera vez en la Historia de los reyes de Britania. Lo hace
capitaneando a los “jóvenes de Britania” que provocan el estallido de la guerra
de los romanos contra el ejército de Arturo; después, en medio del combate
decisivo, Gauvain intenta enfrentarse con el capitán romano. Aunque se
establece el combate, éste no se decide a favor de ninguno de los adversarios
ya que los romanos se rehacen y rechazan a los britones y en su embestida los
separan. Así, Gauvain es incapaz de lograr la gran hazaña dentro de la guerra,
no es capaz de acabar con un conflicto que amenaza a Arturo su señor, ni de
salvar el reino de Logres; debe conformarse con morir muchos años después ─tras haber logrado vencer en numerosas aventuras y disputas menos
importantes─ en
Richborough, intentando (de nuevo infructuosamente) vengar a sus hermanos y
ganar una batalla contra Lanzarote.
Pero no siempre fue así, ni es esa la imagen que prevalece en la
memoria. La trayectoria triunfal de Gauvain en realidad inicia apenas la
literatura artúrica se despega del latín y la seudo historia. Wace, en un texto
relacionado con los procedimientos de la materia de Roma, redondea su figura,
un poco difusa en Geoffrey de Monmouth, añadiendo a su valor, nobleza y mesura:
“no hubo en él presunción ni arrogancia” (Brut,
v. 1318), y lo hace declarar qué es lo que lo impulsa a la aventura; los
motivos del nuevo mundo artúrico son innovaciones: “por la amistad y por las
damas, los caballeros hacen sus caballerías” (vv. 2223-2224).
Este motor, muy diferente del de la defensa de un reino o del mantenimiento
de un Estado político determinado, sólo se justifica en medio de una
prosperidad conseguida por el largo período de paz del reinado de Arturo. El
mundo del roman courtois, al que
pertenecen los textos de Chrétien de Troyes y en los que Gauvain no sólo es el
mejor caballero del mundo, sino el “sol de la caballería”, no precisa de la
defensa de sus fronteras, menos aún de la de su fe. En ese mundo diferente, en
el cual la hazaña guerrera ha perdido el valor de lo colectivo y de lo
imprescindible, las empresas se visten de nuevos colores. Hace su aparición la
aventura, el acontecimiento o suceso extraño, una empresa de resultado incierto
o que conlleva la posibilidad de riesgos. Acciones azarosas que nada tienen en
común con las hazañas que se muestran como “hechos ilustres, señalados y
heroicos”.
La hazaña siempre necesita un héroe épico, en tanto que para vivir una
aventura apenas es necesario ser un caballero, por más que para llevar a buen
fin la aventura haga falta ser un buen caballero. Hasta aquí todo parecería
indicar que Gauvain no es en realidad un héroe completo, apenas un destacado
protagonista de aventuras, incapaz de realizar una hazaña. A diferencia del
gran héroe épico, Gauvain nunca gana una batalla o combate colectivo; es un
hombre solitario que, cuando tiene compañeros, o bien los pierde antes de que
la lucha crucial suceda o prescinde de ellos; nunca es su líder. Sus combates
son contra otros caballeros tan grandes como él, o contra gigantes, dragones o
animales extraordinarios; nunca contra hombres comunes y corrientes. Aunque
Gauvain puede ajustarse a la visión tradicional del héroe (Jessie Weston lo
interpretó como héroe solar y John Matthews como el amante predilecto de las
hadas), sin necesidad de grandes dotes hermenéuticas, la gran mayoría de los
especialistas ha optado por presentarlo, no como héroe, sino sólo como el más
representativo de los caballeros de la Tabla Redonda,
contentándose con consignar que su personalidad varía significativamente en
los textos más tardíos como la
Vulgata, la Post-vulgata
y el Tristán en prosa, sobre todo en
este último, donde podemos ver a un Gauvain presuntuoso, iracundo, traicionero
e incluso cobarde, sin preguntar el por qué de tal suerte.
Quizá la razón resida en el cambio gradual de
la literatura artúrica que empezó a relacionarse con la verdad y la épica desde
que adoptó la prosa. Aparentemente el heroísmo es inseparable de una misión. El
héroe épico no sólo tiene un destino, sino también una finalidad, y Gauvain
parece carecer de ella. Chrétien de Troyes, el gran forjador de la
literatura artúrica cortés, no perfiló su destino hacia un sólo lugar; le dejó
abierta la posibilidad de ser el protagonista
de todas las que no eran aventuras principales; no organizó carrera iniciática
alguna por la cual Gauvain emprendiera el camino de la caballería. Por ello, en
el roman courtois Gauvain es ya un
caballero maduro, hecho, cuya presencia y actos responden a una motivación
diferente, no sólo de las de los antiguos héroes britones de Monmouth, sino incluso de las de los demás héroes
de romans courtois. Gauvain no lucha
por conseguir un castillo, por lograr la tan ansiada posesión de mujer y
tierras, no ve las grandes metas y apenas se interesa por lo que sucede en el
reino, siempre que no ataña a su prestigio.
Gauvain lucha por la más sofisticada de las
recompensas: la fama. El premio al que aspira es el honor que se adquiere por
reconocimiento social (elogio y tratamiento respetuoso) y no se concibe sin ese elemento público, ya que el héroe artúrico suele tener la
cámara por conciencia y el festín como apoteosis. El honor se exige, a él se
dedica y, si es preciso, se sacrifica la vida, pues una vida sin prestigio
social ni fama carece de sentido. Pero, más aún, la muerte sella la imagen del
héroe, lo hace permanecer para siempre glorioso en la memoria, garantiza su
entrada a la fama. Desgraciadamente, a Gauvain le faltó morir. Perecer joven y
luchando contra un enemigo superior o víctima de una traición, como sucedió con
Roland, Alejandro, o incluso Arturo.
El héroe de la épica vive en una sucesión de hechos marcados, predestinados.
Sin embargo, el héroe del roman puede
ser también un hombre que se dirige voluntariamente hacia su destino. Tiene un
elemento dinámico y voluntad; deja de ser un objeto del destino para
convertirse en un individuo que acude gustoso a la buscarlo. Es en ese rasgo
que podemos encontrar la heroicidad de Gauvain; en la glorificación de la
voluntad y de la individualidad, rasgos que definen a un héroe más moderno.
Cada héroe es la suma de las cualidades consideradas preciosas en la época en
que se forma su leyenda. Gauvain es un héroe que encarna en alto grado uno,
varios o la suma de los valores que una sociedad, una clase o un grupo sociales
consideran positivos en un momento histórico específico. Esto justificaría el
arduo camino que terminó por recorrer el héroe artúrico que ejemplificó mejor
los ideales de un estamento, o de una secta específica: la caballería cortés
medieval. Gauvain, héroe casi hazañoso en sus inicios, no pudo destacarse en
los combates colectivos, rehusó la mesura y el hecho glorioso único que da la
gloria eterna; en cambio, encarnó cada vez más ideales y anhelos particulares
de un momento. Por esa vía se encontró siendo el Gauvain andarín, frívolo e
inconstante de los romans courtois;
el héroe del mundo de la soledad del caballero andante, el héroe del escritor
aristocratizante o aristócrata, del mundo de la empresa privada, de la
aventura personal, del roman. Y por
la misma razón, fue incapaz de integrarse con éxito a una empresa colectiva,
a una queste o, incluso, a la hazaña
de intentar rescatar Camelot.
En los cantares de gesta cada acción es de importancia suprema, y el
héroe no puede tomar a la ligera ninguno de sus actos porque de ellos depende
la supervivencia de una colectividad o de una causa magna. Pero el
protagonista del roman puede darse el
lujo de equivocarse, de repetir proezas, de jugar a ser mejor caballero y de
inventarse tiempo para aventuras disparatadas. A diferencia del héroe épico,
demasiado prisionero de su gesta para disfrutar del proceso, el héroe del roman dispone de una amplia gama de
posibilidades para demostrar hasta qué punto es buen caballero. Gauvain, héroe
y protagonista de muchos romans,
puede permitirse mil aventuras y miles de combates y disfrutar a lo largo de
todo su devenir heroico, lo mismo de la aventura misma que de la lucha, del
torneo público o de la justa solitaria, de la compañía de las damas en un
castillo o de las doncellas en el camino. Puede ser a la vez héroe galante y
guerrero; además puede enfrentar los desafíos y las proezas con un espíritu
casi deportivo, con frivolidad combativa completamente ajena a los héroes de
la chason de geste. Como dije antes,
más moderno que los rudos Roldan o Carlomagno, Gauvain fue un nuevo prototipo
de héroe: el caballero cortés, siempre galante, dueño de una estupenda conversación, finos modales, de discreción
probada, de fuerza indudable pero contenida, altos ideales, origen tan noble
como fuera posible y un indudable egocentrismo. Sin que su nombre se mencionara
fue una figura que acechó el imaginario masculino y se convirtió en un sueño
femenino. Las cualidades que puso de moda durante el último tercio del siglo xii continuaron siendo ideales aún en el
siglo xix.
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