lunes, 27 de marzo de 2017

DE HADAS. I. IL BEL GHERARDINO




Como he dicho en otro lugar, las hadas han sido una de las figuras que con mayor poder han seducido la imaginación humana. Sea cual sea su cara y su signo, con su mera presencia dotan a las obras de estatus imaginativo especial y las insertan en una tradición antigua y variable.
     El Cantare de Il Bel Gherardino es una muestra de ello y por ello ha sido un texto invocado para probar no sólo la presencia de la materia artúrica en la península itálica sino para poner énfasis en la influencia de distintos lais feéricos –como Lanval, de María de Francia, y los anónimos Graenlet y Guingamor–; así, esta deliciosa narración, casi un cuento de hadas, parece una pequeña excepción en una literatura que se asume como reacia a admitir estos elementos, aunque quizá a veces olvidamos que fue en Italia donde, contemporáneos al Gherardino, se componen el Liombruno y Ponzella Gaia, romans feéricos, si los hay, en italiano–; donde las hadas aparecen y engalanan algunos de los más famosos poemas de la épica culta de Este –los Orlandos o Gerusalemme liberata– y que hizo de Pinocho  –un texto feérico– su más grande representante de textos de fantasía.
     Hadas –con nombres diferentes y con caras contradictorias– han existido siempre, pero el siglo XII, siglo de caballería y de cortes, de extraordinarias historias de amor, nos legó, entre ellas la de un gran número narraciones de amantes que viven las peripecias de su relación con un pie en este mundo y el otro en el Otro Mundo. Al siglo XII debemos maravillosos relatos que ilustran una variante de esa que tal vez sea una aspiración eterna y universal: el amor entre un humano y un ser sobrenatural. De los gigantes y las hijas de los hombres a La bella y la bestia, de Psique y Cupido a los amores de Aragon y Arwen de LOTR, pasando por los affaires de todo el Olimpo con seres mortales y por los múltiples ejemplos que cualquier revisión superficial de un corpus de cuentos maravillosos arrojaría, esa relación mixta, prohibida, tolerada, añorada se conso­lidada en esta ocasión como el amor entre hombre y hada o entre mujer y caballero hada que no sólo dotara de bienes a su amante humano, sino que en muchas ocasiones le dará un mundo nuevo o un heredero que reinará prósperamente y fundará una dinastía de héroes y reyes
     Sea como fuere y cualesquiera que sean las fuentes que les dieron origen, en el siglo XII, algunos de los primeros roman courtois y lais hacen comunes a las hadas que además de madrinas son amantes y que atraen a los hombres hasta su reino sobrenatu­ral para gozar de su amor y, a su vez, permitir a estos amantes humanos vivir el encanto de los placeres feéricos. En el paradigmático de estos textos, el Lanval de María de Francia, la doncella –llegada del Más Allá, blanca, bella, rica y con poderes para modificar el destino del caballero y aparecer ante él mientras es invisible para el resto de la gente– hace la fortuna de su amigo al otorgarle su amor y dones –Lanval recibe además del amor de la doncella, ropas, monturas y tanto dinero como pueda desear, de hecho el hada le anuncia que a mayor prodigalidad, de mayores recursos dispondrá–, pero al romper éste su promesa de no revelar su relación a nadie, el hada no duda en sumirlo en la más terrible desesperación con su desdén y casi lo conduce a la muerte con su ausencia. Tras esta terrible y última prueba, ella reaparecerá para salvarlo y llevarlo en la grupa de su caballo a Avalón, donde dicen que todavía reinan. 


       Pero éste es sólo un ejemplo, las historias caballerescas aparecen inundadas de hadas. En cada bosque acecha una posibilidad de equivocar el camino recto y adentrarse por un sendero extraño en un mundo de maravillas en el que los colores son brillantes y la vida casi eterna; en cada fuente existe el riesgo de encontrar una doncella inimaginablemente hermosa y capaz de dotar de bienes incuantificables a su amigo, pero que no vacilará en castigar cualquier traición con fiereza; de cada matorral puede saltar un animal blanco que lo mismo puede ser el guía al deslumbrante reino de las hadas que una de ellas, cada isla puede albergar un castillo evanescente que se disuelve con la mañana y reaparece en el crepúsculo. Todos estos motivos y temas: la errancia y la aventura en el bosque, la doncella de la fuente, la caza del animal hádico, los lugares que desaparecen y muchos otros son parte de la estructura con que las historias feéricas fueron contadas en los textos caballerescos.
       En muchos de estos relatos, los caballeros llegan hasta el territorio de lo Otro y terminan por incorporarse, no siempre por su entera voluntad, a ese reino en el que todo es diferente porque las leyes de la realidad ahí son autónomas y la naturaleza no es como la conocemos; en muchas ocasiones, se transforman ellos mismos en seres similares a las hadas y a menudo abandonan para siempre el mundo humano sin que nadie cuestione su abandono u haga otra cosa que envidiar su destino o lamentar su ausencia. . Una de esas historias de hadas y amantes encantados es la que cuenta el Bel Gherardino, cantare italiano que está emparentado con el francés Roman de Partenopeu de Blois (finales del siglo XII). La historia que narra el cantare es simple: a la muerte de su padre, un bello joven, hijo menor de un noble romano, parte de aventuras con su escudero. En su camino aparece una hermoso y blanco castillo que lo atrae y hacía él dirige sus pasos. Sin embargo, el acceso le es estorbado por un oso y un dragón. El joven, valiente caballero, lucha sin temor con las bestias y consigue llegar al interior del castillo que resulta ser la residencia de una hermosa doncella que se hace llamar la Fata Bianca. Ante su belleza, el caballero la solicita de amores y la Fata le otorga el don de su amor. Empero –en estas historias siempre hay un “pero”–, Gherardino ofende a la dama faltando a la promesa de no revelar su existencia y pierde sus favores. A partir de ese momento el protagonista debe dedicarse a reconquistar a su amada, cosa que hará durante un torneo en el que ganará su mano para finalmente casarse con ella. Incluso contada tan rápidamente, en esta historia destacan claramente dos partes: una primera casi de cuento maravilloso, en el que imperan las aventuras y los sucesos extraordinarios y otra, segunda, más caballeresca, donde lo importante es el torneo y las habilidades guerreras del protagonista más que las aventuras.
      A pesar de su origen prestigioso (el Roman de Partenopeu de Blois  es uno de los más cultos en su tipo), El Bel Gherardino es una versión popular y libre de un texto que puede ser contado de muchas diversas maneras; como buen cantare, se trata de un texto sencillo, breve, centrado en la narración de las acciones y accesible a un público amplio. A pesar de que el esquema de los amores entre un ser humano y otro feérico es fácilmente reconocible en el roman francés, los amores de Partenopeu y Melior están insertos en un marco de fin amour también muy evidente y que ha perdido parte de su sentido en El Bel Gherardino; el roman francés teje en torno a los elementos de cuento maravilloso una estructura y un mensaje diferente que encubren la naturaleza feérica de Melior y su mundo y conducen el sentido del texto a la prueba y penitencia de amor caballerescas –a la manera del Yvain de Chrétien de Troyes o El Bello Desconocido de Renault de Beaujou, obras con las que guarda relación– cosa que no sucede en el Gherardino.
       En el texto italiano, la estructura del roman francés –compleja y llena de digresiones autorales– ha regresado a la lineal de la narración popular, incluso folclórica que permite una mayor atención a algunos detalles feéricos, pero que, por pertenecer a una época más preocupada por la veracidad y la racionalización de lo narrado, ha transformado, entre otras cosas, algunas de las características de la misma hada. En el texto italiano se hace evidente la transparencia con que los motivos folclóricos se traslucen en la estructura de la narración –esquema opacado por los sentidos novelescos en los textos más cultos– y, también destaca el cambio de estatura mimética del protagonista. Estos profundos cambios de estructura y dimensiones que presenta el Bel Gherardino con relación al roman francés no sólo simplifican el relato, sino son un buen testimonio del carácter más popular y cuentístico del texto italiano permitiendo incluso adivinar la ordenación de la acción apegada a una estructura de cuento maravilloso que podría representarse con los esquemas propuestos por Propp y la aparición de objetos y seres pertenecientes a la tradición de cuentos de hadas como podrían ser el guante que la Fata Bianca da a Gherardino y que le concede cuanto pueda desear, los personajes auxiliares o los animales encantados. Por lo que toca a la segunda cuestión, hemos cambiado de un conde, sobrino del rey de Francia, al "piu fantino” (p. 79) de los hijos de “meese Lione”. Con este cambio, el Bel Gherardino presenta al caballero, casi como si fuera un protagonista de un cuento maravilloso, como el menor de los hijos de un noble señor romano que a la muerte de su padre queda al cuidado de su hermano mayor.
        El cantare empieza: “Nella città di roma, anticamente” (I.3, pp.76), abriendo por una parte la identificación de un espacio plenamente reconocible, pero situándolo la historia en ese vago tiempo que es “antiguamente” y que, en los textos de tradición feérica, suelen abrir el camino a las maravillas.
        Y éstas no tardan en llegar. Apenas saliendo de la ciudad
...quando venne in su l’albor del giorno,
E raguardado per quelle pianura,
ebbe veduto un nobil castello,
ch’era cerchiato d’altissime mura,
ch’al mondo non aveva un par di quello
non poria cantar lingua né scrittura d’esso,
quant’era fortissimo e bello.
vi aveva un bel palagio...

      
      El hermoso y fuertemente amurallado castillo –que recuerda al de Guingamor no sólo por su hermosura y sus muros, sino por haber aparecido tan repentinamente a pesar de que se encuentra en medio de una llanura – se hace visible justo en el alba, en esa hora umbral en que los mundos invisible y visible coinciden y por un momento conviven, se hace presente en el bosque, en el territorio de lo Otro y lo hace justamente en la frontera entre el sueño y la vigilia.
       Y, por si faltaran argumentos para distinguir en este lugar uno del Otro Mundo, al dirigir sus pasos al castillo los personajes se encuentran con el repentino ataque de una serpiente (en realidad un dragón) y un oso, pero no se trata de dos animales comunes –si se le puede llamar común a una serpiente voladora–: “ine eran fatti star solo per arte, / uomini solean esser primamente” (I.12, p. 79). Gherardino combate con el dragón al que termina por partir por la mitad y después acude en auxilio de Marco Bello que parece sucumbir ante el oso (“Uno animal così feroce è visto, / che non si vidde mai tra l’altre fiere” [I, 16, p. 80]). Gherardino ataca con furia y aunque casi es repelido consigue finalmente imponerse y con un golpe de espada en la cabeza, derrota al animal que antes de morir declara: “... –Donzello, / tu hai morto il signor d’esto castello–.” (I.17, p. 80). 

    
      De esta manera, tras matar dos seres encantados, dos hombres con figura de animales, uno de los cuales ha declarado ser el señor del hermoso castillo, Gherardino ha ganado su entrada al Otro Mundo y ha aceptado las propias reglas del reino al combatir y ganar en esa prueba que no sólo es de valor, sino que también cobra sentidos iniciáticos al derrotar a dos representantes de la otredad y cumplir así con la prueba que acredita su valía y que de alguna manera lo cambia de “hijo” a “caballero”, de niño a hombre, y lo prepara para lo que sigue: el amor del hada, pero también el reconocimiento social que tendrá a su regreso a Roma. Ahora bien, el tránsito entre los dos mundos y las características del país feérico no ha sido fácil ni está representado en el texto como algo natural y sin importancia (lo que posicionaría al texto en un estilo de cuento tradicional o uno de hadas), por el contrario, al mejor estilo de los romans courtois, Gherardino se maravilla de los prodigios: “E Gherardin, ch’avea la bestia morta, / maravigliossi che l’udì parlare” (I, 18, p. 80). Posiblemente en esta sorpresa testimoniada por las características del oso está el germen de racionalización que conduce a la necesidad de explicar los poderes del hada y, después, a la desconfianza por la que la madre del héroe lo presionará para romper su palabra y revelar el secreto de su fortuna y su relación con la Fata. Antes de eso, y tras su victoria del dragón y del oso, Gherardino y Marco Bello tocan a la puerta, que se abre de inmediato, pero nadie se deja ver.


A quel palagio presono ad andare,
quando furno giunti a quella porta,
e Marco Bello incominciò a picchiare.
La porta fue aperta immantanente:
chi se l’aprisson non viddon neente.


        
      Siguen revisando las habitaciones, pero constatan maravillados que no pueden encontrar a ningún habitante del castillo. Aunque esto les sigue extrañado, se sienten atraídos por el fuego y el hambre y finalmente se acercan a una mesa y comen abundantemente, aunque aún sin ver a persona alguna. De nuevo estamos ante una característica que con frecuencia dejan ver los castillos feéricos no sólo en el Roman de Partenopeu sino en otros textos semejantes –Guingamor por ejemplo–: una completa ausencia de servidores visibles.
      A pesar de que los personajes no se encuentran del todo tranquilos al llegar la noche tienen que buscar donde descansar y encuentran un lecho bellísimo en el que se acuesta Gherardino, es entonces cuando el encuentro de los amantes sucede.


Quando fu tempo d’andare a dormire,
in bella zambra che furon menati,
è uno bel letto, ch’io nol potre’ dire.
Bel Gherardin vi si fu coricato,
ed una damigella, a ben dire,
si fu spogliata di presente a lato,
diciendo: --Non aver di me pavento,
ch’io son colei che ti farò contento.
rassicurato fu con lei nel letto;
e la donzella fra le braccia prese,
che di bellezze non avea diffetto;
e sopra il bianco petto si distese,
baciando l’un altro con gran diletto.
(I, 23-24, pp. 81-82)


          Para los autores de la versión popular de la historia de Partenopeu, la elección de la tierra feérica como eje de la narración debe haber predispuesto también otro de los cambios más notorios que se observan entre ambas tradiciones: si la acción iniciaba con el héroe el misterio del mundo extraordinario y los sucesos inexplicables eran compartidos por protagonista y lector, empezando la narración con la dama, el suspence  disminuye porque el público sabe perfectamente que esperar de una doncella educada en la magia. Quizá fue esa la razón por la que al correr el tiempo y ser necesarias cada vez más explicaciones Melior se fue trasfor­mando de un hada cercana a las de los lais bretones en una maestra conocedora de las siete artes como aparece en la mayoría de los textos de la versión II de la historia. Esto también sucede en el cantare, pese a que se ha iniciado la narración con la historia del héroe y no con la de la doncella, no hay ambigüedad posible es cuanto a que se trata de una hada; de inmediato aparecen las características que dejan sentada la naturaleza otra de la Fata Bianca. No se trata sólo del nombre, son también su castillo, el dragón y el oso, la manera de aparecer desnuda en el lecho ante el caballero y la liberalidad con que le entrega sus favores casi antes de saber su nombre, su belleza misma y, sobre todo, la conciencia de la diferencia que se trasluce en la advertencia: “Non aver di me pavento” que recuerda como la Melior francesa invoca a Santa María para tranquilizar a Partenopeu al negar con esto la posibilidad de ser un demonio –pues éstos no podrían nombrar a Dios o sus santos– o como, en el Partinuplés, representante español de la historia, cuando el protagonista yace a oscuras en la cama con el hada se esfuerza por contar sus dedos, ya que “en aquellos tiempos hauía vnas animalias mugeres de la cinta ayuso como leones y hauían los pies como lebreles, y por esso le hauía catado y assí pensando si era alguna de aquellas. Ya que en aquellos tiempos” existían animales extraños, demonios y sirenas no resulta extraño que el personaje espere encontrar algo así en medio de una aventura atemorizante como la que está viviendo. 


        La Fata Bianca sabe bien que su caballero tiene que sentir temor debido al espacio plagado de maravillas que lo rodea, así que procede a hacerlo sentir seguro mientras el narrador


Signor, sacciate che questa donzella
si faceva chiamar la “Fata Bianca”
en mantenea cittadi e castella
con molta quantità,
se il dir non manca.
Del serpente e dell’orso era sorella:
delle sette arti vertudiosa e franca,
contrafatti per arte gli fea stare,


         Y con esta justificación de las características de la Fata Bianca aparece la aparente contradicción que pareciera entrañar el conocimiento de las siete artes y ser hermana de los dos animales encantados; pero se trata de un deslizamiento común de estas figuras.
         Originalmente de características casi divinas, la imagen de las hadas fue sufriendo menoscabo con el tiempo hasta devenir en los textos caballerescos en un personaje apenas diferente del que podría ser una doncella del arte o hechicera. La creencia en hechiceras capaces de encantar a un hombre hasta hacerlo olvidar su reino o su familia se encuentra muy extendida en los romans y es común a los escritos caballerescos más tardíos y populares como son los cantari, y tal vez este es el camino que podemos ver que había empezado a recorrer el Bel Gherardino. La Fata, que mantiene su ciudad y su castillo a salvo con sus poderes, hermana de un dragón y un oso, también sabe de las siete artes. Y con esto la Fata Blanca pareciera colocarse en ese resbaloso terreno que es el de las prácticas mágicas que siempre producen algo de desconfianza. La Fata Bianca está mostrando un cambio que resulta muy claro con el ejemplo de El bello desconocido. En esta obra de Reanaut de Beaujeu, el protagonista también vive una aventura que lo ha llevado a un reino feérico y enamorarse de un hada –el hada de las Blancas Manos–, pero la primera noche que el héroe pasa en el castillo de la doncella feérica, ésta le pide que no intente verla durante la noche. Él hace caso omiso y se levanta de su lecho para acudir a su lado. Al intentar entrar a la habitación, el caballero se encuentra de repente con que el suelo se ha transformado en un precario tablón que apenas lo mantiene a salvo de un río de aguas turbulentas. Guinglain –el protagonista– empieza a pedir auxilio a gritos hasta que acuden en su auxilio los criados que lo encuentran “... colgado de la percha de un gavilán. Tenía miedo de ahogarse. Se sujetaba de la percha con las manos y el resto del cuerpo le colgaba hacia abajo. En cuanto vio a los sirvientes, desapareció el encantamiento” (71), este extraño suceso se repite y lleva al caballero a aceptar que lo que presencia es magia. Cuando por fin el hada acoge a Guinglain en su habitación y éste “se acuerda de la almohada y de la percha del gavilán, donde había tenido tanto miedo y se maravilla de que hubiera ocurrido” (75) pregunta a su amiga si ha sido hechizado. Ella lo tranquiliza admitiéndolo y justificando su capacidad de hacerlo: “mi padre fue un rey muy rico, prudente y cortés. Nunca tuvo heredero, salvo yo. Me amó tanto de buena fe que me hizo aprender las siete artes: aritmética, geometría, nigromancia, astrología y todas las demás. Tanto me dedique a ello que sé consultar al sol y la luna y hacer todos los encantamientos, y adivinar todo cuanto puede suceder en dos meses” (76).
        Posteriormente, justamente como en el cantare, cuando Guinglain desobedece a su amiga, ésta le arrebata todo lo que le ha dado, de hecho lo hace despertar –después de que el caballero se ha ido a la cama en el castillo– en medio del bosque y sin posibilidades de encontrar de nuevo la orientación del reino mágico. Ante lo inexplicable del suceso, al personaje no le queda sino asumir que, de nuevo, se trató de un encantamiento. Esta explicación, aún teniendo carácter sobrenatural, impide que lo maravilloso se torne incompresible y perturbe en demasía el mundo del personaje. Con ella se construye un código más aceptable que facilita a los personajes el acomodarse a sistemas alternativos de funcionamiento de realidad. Dejar el fenómeno en el misterio –como podría ser si no se hubiera explicado el origen de los poderes sobrenaturales de la dama– resultaría perturbador, la magia aprendida es más comprensible que la existencia de seres de naturaleza diferente a la humana. Es un camino que parece zigzaguear entre la necesidad de dotar de mayor realismo a una narración y el deseo de no arrebatarle a la ficción su rasgos maravillosos. Sin embargo, con esa justificación de los poderes del hada también se ha abierto la puerta para que sus dones y su propia figura no sea aceptada con toda la naturalidad que podría encontrarse en lais como Lanval. Como en tantas otras historias de este mismo tema, el amante humano finalmente siente necesidad de volver a su propio mundo:


... una notte sì gli risovenne
della sua gente e della sua contrada.
(I.32, p. 84)


y un ver de nuevo a sus “amici e’ parenti” (I.33, p. 84). El hada lo deja partir a regañadientes, pero con servidores, ropas riquísimas, caballos, un objeto mágico –el guante que le proporcionará todo cuanto desee– y la advertencia de no hablar con nadie de su relación. Pero la creencia en encantadoras y doncellas del arte capaces de hechizar a un hombre y alejarlo de su familia mediante engaños y subterfugios poco recomendables, está ya muy extendida y tiene consecuencias.
         La traición –que siempre ocurre debido a insistencia familiar– en este caso es provocada por la madre del héroe que no puede explicarse la repentina fortuna de su hijo y decide interrogarlo y el joven termina por aceptar la existencia de la Fata Bianca y su relación con ella.

e la madre il chiamò segrettamente,
po’ che del tuo partir fui sì dolente?
E poi apresso l’ebbe dimandato
come potea tener cotanta gente;
e finalmente tanto il dimandoe,
che ciò ch’egli avie fatto le contoe.
E dise siccome egli aveca avuta
la Fata Bianca, che l’era suo sposa.
(I, 43-44, pp. 86-87)


     Desde luego, tras estas palabras desaparece la gente que sirve a Gherardino “e la vertù del guanto fu perduta” (I, 44, p. 87). A diferencia de textos más corteses donde la traición a la amiga mágica es la causa de una locura de amor del personaje, en el cantare se prefiere recurrir a un castigo más directo como es retirar los bienes otorgados. Sin embargo, la Fata sigue siendo más hádica que muchas de sus colegas y en esa característica reside mucho del encanto del cantare. Menos preocupado que los romans  franceses por ocultar el Otro Mundo, el Gherardino modifica el carácter del protagonista, cambia episodios y personajes y la otrora misteriosa Melior aparece aquí como toda una hada, desde el nombre de Fata Bianca, sin disfraz alguno y –sin mostrar la generosidad o la indiferencia feérica tras la traición– se comporta como una dama que para perdonarlo somete a su amante a las pruebas del torneo y de la caballería antes de otorgarle su mano y permitirle vivir para siempre a su lado. Lugar y circunstancia a los que sólo podrá llegar el héroe tras completar el proceso iniciático que empieza, tras la muerte del padre, con el avistamiento del castillo encantado y que concluirá sólo tras la decisión final y adulta de un auténtico abandono del mundo real para seguir a su amada al Otro Mundo. 

     El texto italiano, pese a su estructura y lenguaje tan cercanos a lo cuentístico procura dotar de un aire de realismo a su narración desmantelando las condiciones de lejanía geográfica o temporal que permiten amparar las rarezas que es necesario contar bajo la condición de que se trata de costumbres de una tierra exótica o un tiempo lejano. A la geografía incierta del roman francés, le sucede la salida de una Roma perfectamente ubicable, pero, con esa localización tan real, el mundo de la Fata Bianca inquieta un poco más. El castillo al parecer situado muy cerca de Roma, pero aparecido al alba, no puede ser encontrado a voluntad y menos por un caballero traidor, así el protagonista constata que en realidad su amiga y su reino no están a su alcance, no son de este mundo.
     Una historia puede contarse de muchas maneras diferentes y siendo la misma puede cobrar sentidos absolutamente distintos, dependiendo de las intenciones, de la estética en que esté inmerso, de la época en que se narra, del horizonte de expectativas y, desde luego, del público que sabe o se adivina como receptor. Así es posible ver a las hadas como mensajeros del Otro Mundo, relacionadas con las parcas y los muertos, con el destino de los hombres y con un mundo de sombras y grises, pero también pueden verse como los espíritus libres y elementales que poblaban las fuentes y los árboles, genios comarcales o dioses menores que nunca desaparecieron del todo en las creencias europeas y que siguieron viviendo para atraer a sus dominios pletóricos de abundancia a los hombres que solicitaban su auxilio y otorgaban con prodigalidad sus favores. Pueden ser una evolución de las figuras clásicas de la hiladora del destino, pero también es posible rastrear sus orígenes en ninfas, ondinas y semidiosas de la mitología clásica. Su nombre se deriva del de las parcas y, aunque a primera vista pareciera que tienen poco en común con estas viejas hiladoras del destino humano, más cercanas a las hadas madrinas de relatos posteriores, el hada medieval otorga dones y deseos, da hermosos vestidos, carruajes y caballos, lleva al baile a sus amantes y los inicia en una vida nueva, los ayuda a crecer, a triunfar, justamente como cualquier hada de Cenicienta. Todo sin perder su conexión con el destino: son también un avatar del propio caballero y por ello tienen la fuerza que lo atrae fatalmente y lo encadena a una fortuna ineludible.
     Ahora bien, durante la trasformación que la ficción sufrió en el siglo XIII, se pretendió dar mayor autenticidad o verosimilitud a las historias y cristianizar la mayor parte de sus elementos y a demonizar a los que se mostraran rebeldes. En el caso del Gherardino, delimar lo maravilloso precristiano, si parece factible notar una tendencia a hacer más verosímil la historia recortando, en la medida de lo posible tratándose de una cuyo motor es un encuentro amoroso entre un hada y un mortal,de la trama cuantas partes la hacían menos creíble y explicando las motivaciones y los poderes de los personajes. La transformación de la Fata Bianca en un ser con poderes cercanos a los de la hechicería pero aún más feérico que su contraparte francesa debe verse en el marco de la evolución del tema literario y la forma romancística que llevó a una historia a pasar de la novela al cuento y que en ese camino simplificó muchos de los significados y exageró muchos de los rasgos, pero terminó por asumir con más fuerza aún las características hádicas de la doncella. La Fata Bianca no sólo comparte herencia con un dragón y un oso, las formas animales y poderosas de la custodia y la prosperidad de su región y su castillo, parece funcionar ella misma como un genio comarcal, como el espíritu guardián de la tierra misma en la que vive, y también es el sueño y el destino del hombre, de muchos o de cualquier hombre que se lo merezca, aunque aquí se llame Gherardino.



* Todas las citas pertenecen a: Il Bel Gherardino. En: Cantari del Trecento a cura di Armando Balduino. Marzorati, Milano, 1970, pp. 76-99. Pero el texto se puede consultar en línea en: https://archive.org/details/cantaredelbelghe00zamb



viernes, 24 de marzo de 2017

COMIDA Y ROMAN




Hablar de literatura artúrica es hablar sobre todo de roman courtois; es decir, de aventura y corte, de textos escritos para un estamento social que recuperaba los refinamientos de la cultura y reaprendía a disfrutar de la vida y el ocio. Es acercarnos a una literatura de elites que gustaba de marcar con precisión la pertenencia de sus personajes a una minoría privilegiada que podía disponer de una enorme variedad de todos aquellos bienes y deleites que a la mayoría le estaban vetados, y que lo hacía con detalladas descripciones de las ropas, los castillos o los caballos. En estos textos, en los cuales ser un guerrero ya no era suficiente para convertirse en héroe y era necesario ser un caballero para ser reconocido como tal, los banquetes se convirtieron en uno de los actos sociales más importantes para probar la valía. Era en este espacio, salpicado de capones asados y lustrosos, de aves sazonadas con clavo, pasteles de puerco y corzo y caza frotada con pimienta, donde se bebían vino, sidra y cerveza especiados y donde las frutas –frescas, secas o cocidas– y las tortas se perfumaban con miel, jengibre, canela y nuez moscada, donde un caballero podía esperar que se abriera la oportunidad de la aventura venidera o el momento para contar la pasada y obtener así el triunfo social que lo podía hacer merecedor de las grandes recompensas por las que se batallaba tanto: armas, caballos, una mujer, un feudo.

Dice Chrétien en Erec y Enide:

El criado preparó en la cocina carnes y aves para cenar [...]. No tardó en prepararlo y lo dispuso rápidamente, y coció y asó la carne. Cuando tuvo la comida preparada tal como se le había encomendado, les ofrece agua en dos recipientes; la mesa, el mantel [el pan y el vino] y las bandejas fueron apareados y puestos enseguida, y ellos se sentaron a comer... (70).

Y no estamos ante un banquete, se trata sólo de una cena muy sencilla, que se prepara de prisa en casa de un valvasor pobre que no tiene más criado que aquel que prepara y sirve la comida. Cena simple que puede incluir únicamente “pan, vino y caza” (Erec, 100), lo esencial, pero cuya combinación puede hacerse tan variada como se quiera: las carnes y aves pueden ser de varios tipos (de corral y de caza, servidas en ese orden y en estricta formación según su rareza)  y estar asadas o cocidas, muchas veces hervidas en leche y hasta con salsas (a saber: salsa de sal, de pimienta, de vino o de especies mixtas). No hay que olvidar que la cosas cambian si se está en vigilia: “era un sábado por la noche; comieron pescado y fruta, lucio y perca, salmón y trucha, y luego, peras crudas y cocidas” (Erec, 145).

Sencillez abrumadora, si tomamos en cuenta que en la mesa es cualquier caballero o doncella acomodado podemos esperar que las cosas se vuelvan más complejas:

Y he aquí que el huésped volvió de la cocina; la comida estaba a punto y pidió el agua que, en seguida, le trajeron. Cuando se hubieron lavado, se sentaron. Los sirvientes pusieron los manteles blancos y bellos, y saleros y cuchillos, luego el pan, y más tarde el vino en copas de plata y oro puro. No quiero entretenerme más en explicaros los platos uno a uno, sino os diré que hubo gran cantidad de carne y pescado, aves asadas y caza, y comieron muy alegremente. Mucho se afanó el huésped en que Gauvain y la doncella bebieran, recordándole a ella que se dedicara por completo al caballero (Caballero de la espada, 8).


Y así, aparecen elementos indispensables en toda mesa cortés: manteles blancos, escudillas con agua para lavarse, servicio de oro y plata y, lo más importante, la compañía de una hermosa doncella. Asunto, éste último, peligroso, pues es durante la cena que un caballero debe hacer gala de toda su cortesía, y los buenos modales imponen que se debe requerir de amor a la doncella que en suerte ha sido sentada a su lado. Y uno nunca sabe que trampas guardan a cada doncella. Una mesa cortés siempre alberga, junto a los platos, las aventuras.


Por lo que toca al menú, de una mesa tan cortés es posible esperar ciervo, “grullas, avutardas y pavos, cisnes, ocas y capones, gordas gallinas y perdices” (Jaufré, 64) , “jamón y aves grasientas” (Renaut de Beaujeu, El Bello Desconocido, 16) lucios y truchas (Erec, 145) y tal vez ostras y otros “frutos de mar” (Cementerio peligroso, 130):  “en gran abundancia [...] pan y vino, carne y pescado, aves asadas y caza y todo cuanto desearon. Muy bien les hizo servir el huésped con alegría y deleite. Luego les sirvieron gran cantidad de fruta” (Cementerio peligroso, 38), o incluso “una copa de oro puro, llena de muy buen vino. Dentro de un recipiente blanco vio flanes, pasteles, aves, pimienta y tocino” (Cementerio peligroso, 38). La vida de castillo en castillo es para el caballero errante también un viaje de mesa en mesa; tanto es así que “muy buen y hermoso hospedaje encontraron, y muy a gusto pasaron la noche, pues se hizo todo cuanto desearon. Pero para no alargar mi cuento no voy a describir todos los manjares, las buenas carnes, los frescos pescados, caza, aves, cuyo servicio fue muy hermoso” (Cementerio peligroso, 72).

Así, en el roman courtois, la mesa se convierte en el espacio donde se consagran las aventuras, y es alrededor de la mesa, de las mesas -la redonda y las largas-, del rey Arturo es donde se tejen las historias maravillosas que fueron parte tan importante del imaginario del Occidente medieval. Alrededor de esa comida franca y contundente que se repartía con generosidad se creó el ensueño de la caballería, es por ello que adentrarse un poco en sus usos y variedades puede ser un buen pretexto para descubrir a qué temía el hombre medieval y a qué aspiraba: a no tener hambre, a encontrar viandas variadas o la salvación, a no volverse loco, a encontrar mujer y feudo, a ser el caballero que el ideal había convertido en el modelo de hombre para esa sociedad. Y todo esto de la mano de un buen trago de hipocrás y un pastel de carne.


Obras Citadas

El caballero de la espada. Ed. Isabel de Riquer. Siruela, Madrid, 1984.

El cementerio peligroso. Ed. Victoria Cirlot, Siruela, Madrid, 1984.

Chrétien de Troyes, Erec y Enid, ed. Carlos Alvar. Editora Nacional, Madrid, 1982.

Jaufré. Trad Fernando Gómez Redondo. Gredos, Madrid, 1996.

Renaut de Beaujeu, El Bello Desconocido, ed. Victoria Cirlot, Siruela, Madrid, 1983.


* Para la elaboración de esta nota usé como base mi artículo "Banquetes de la Tabla Redonda. La comida en el roman artúrico” (publicado en Sara Poot-Herrera, ed. En gustos se comen géneros. Actas del Congreso Literatura y Comida. Instituto de Cultura del Estado de Yucatán / Universidad de California, México, 2003, t. 3, pp. 3-21) que puede consultarse entero en:    http://www.academia.edu/11772797/_Banquetes_de_la_Tabla_Redonda._La_comida_en_el_roman_art%C3%BArico_ .