Elinor de Aquitania, siglo XII |
En el origen de toda narración está la aventura, el deseo de comunicar las vicisitudes vividas o imaginadas, de narrar la experiencia que ha cimentado nuestra identidad. En el caso de la historia del Rey Arturo, esta afirmación es doblemente cierta, no sólo se hace evidente la necesidad de contar la aventura ocurrida, sino que parece necesario vivir la aventura para contarla; la aventura es lo que define al caballero, y éste es la imagen del héroe guerrero que personifica las virtudes mejores de la sociedad que creó el roman: las cortes feudales del siglo xii.
Siglo de aventuras reales e intelectuales, el xii marca la consolidación de lo que
había sido un estamento revoltoso en una categoría humana que va a encarnar
altos ideales que ya no pertenecen sólo a sus miembros. La caballería, merced a un largo proceso
de evolución técnica, social, moral y emocional acaecida a todo lo largo de la Edad Media, por fin
estaba ─a
la par que amenazada por los nuevos cambios sociales que terminarán por acabar
con su mundo─ lista
para encarnar los máximos ideales de su sociedad y por fin, más allá de la
realidad, había encontrado un significado que dignificará sus aspiraciones y
la convirtió en el más alto anhelo al que podía aspirar su mundo. Así, cada caballero busca con afán la aventura
particular que dotará de significado, validez y dignidad a su grupo, su reino
o su dama, pero sobre todo a sí
mismo; aventura que sólo se consolidará tras ser narrada, tras ser presentada
ante la corte para quedar grabada en las memorias y poder ser contada una y
otra vez; así se logrará el encomio propio y aprovechamiento ajeno. El
caballero hará de la aventura su modo de vida y su manera de relacionarse con
la realidad y la aventura poco a poco devendrá de la prueba en el premio.
Aventuras maravillosas y mágicas, múltiples aventuras reservadas sólo para el mejor caballero del mundo serán contadas para regocijo y entretenimiento de una sociedad más refinada que aprecia y exige algo más que meros relatos de hechos de armas y sombrías hazañas épicas en las que no cabe el amor y no hay lugar para el gozo. Así, el roman medieval fue producto de las cortes más refinadas de la Francia del Renacimiento del siglo xii, aquéllas en las que el caballero se convirtió de mero guerrero en un glorioso personaje dueño de todas las virtudes. Fue el reflejo privilegiado de cortes en las que, llegado el momento de disfrutar de un ocio más elaborado y cómodo, la vida empezó a ser semejante a la literatura.
Aventuras maravillosas y mágicas, múltiples aventuras reservadas sólo para el mejor caballero del mundo serán contadas para regocijo y entretenimiento de una sociedad más refinada que aprecia y exige algo más que meros relatos de hechos de armas y sombrías hazañas épicas en las que no cabe el amor y no hay lugar para el gozo. Así, el roman medieval fue producto de las cortes más refinadas de la Francia del Renacimiento del siglo xii, aquéllas en las que el caballero se convirtió de mero guerrero en un glorioso personaje dueño de todas las virtudes. Fue el reflejo privilegiado de cortes en las que, llegado el momento de disfrutar de un ocio más elaborado y cómodo, la vida empezó a ser semejante a la literatura.
Lugares como la corte normanda-angevina de Enrique II de Inglaterra y Aliénor de Aquitania, su esposa. Es
probable que la fama del rey Arturo en este momento tuvieran en el fondo un
sustento ideológico muy claro: la exaltación de la dinastía Plantagenêt. A mediados del siglo xii;
los Plantagenêt estaban
necesitados
de literatura que no sólo apoyara sus pretensiones, sino que legitimara sus
orígenes. La posición de Enrique al casarse con la famosa Aliénor de Aquitania
era bastante difícil:
hijo
del aventurero conde Godofredo Plantagenêt, debió luchar para ser rey de
Inglaterra contra diferentes facciones que sostenían en el trono a Étienne
de Blois, oponiéndose a los derechos de la emperatriz Matilde, madre de
Enrique, y también, por otra parte, contra Godofredo “el tramposo”, su hermano
menor, que alimentaba ambiciones sobre el condado de Anjou. Sin embargo,
culto e inteligente mecenas,
comprendió, en medio de las luchas por el poder y la consolidación, que la
fuerza no era lo único necesario para dominar y se dedicó a una empresa que
demostró ser más duradera que su frágil imperio: la legitimación de su
dinastía mediante la herencia del rey Arturo. Esta relación de los angevinos
con el rey Arturo, y la reivindicación de un glorioso y mítico imperio britón,
no solamente impulsó las aspiraciones de Enrique al trono inglés, sino que se
convirtió en una de las armas con que los Plantagenêt lucharon eficazmente
contra el poder real de Luis VII y Felipe Augusto, capetos, pero sostenidos
por el recuerdo de la gloria de Carlomagno.
Roman de Brut |
En la corte angevina fue donde el laborar de
múltiples historiadores y cronistas tejió, en francés, inglés o latín, la
historia gloriosa de los duques de Normandía y su papel como continuadores del
reino mítico de Arturo. Fue en su seno donde se dignificó el estatus real de
Arturo y desde donde éste se elevó como el máximo rey de la cristiandad,
oponiendo su mundo de cortesía y aventuras a una realidad que se le presentaba
a los caballeros como cada vez más sórdida e insostenible.
En un mundo donde los reyes eran modestos, tacaños y
deseosos de despojar de privilegios a sus vasallos, capaces de otorgar poder y
privilegios a los habitantes de las incipientes ciudades y tomar como
consejeros a burgueses y mercaderes, las más brillantes cortes votaron decididamente
por una literatura en la que la visión del mundo era su ideal, uno en el que el
rey debe destacar por su generosidad y cortesía, y su ámbito debe estar
reservado a los caballeros, lejos del alcance de los villanos y sus pobres
ambiciones, y de los burgueses y su sucia codicia. Al “derecho de sangre” de
reyes semejantes, los vasallos más poderosos opusieron el derecho de los
hechos, las hazañas y la fama personales; y optaron por avalar y alabar una
literatura en la que la figura regia es un referente lejano y nebuloso a la par
que está llena de grandeza y en la que las hazañas y los premios son asunto de
sus caballeros.