Permanece el misterio de cómo un oscuro caudillo
romano o celta ─un dux bellorum (Nennius dixit,
quizá haciendo traducción de un viejo término celta "jefe de guerra") que capitaneó a un grupo de britanos y, tal
vez, organizó a los clanes de la
Isla de Bretaña para oponerse a la invasión anglosajona─ llegó a convertirse en el más prestigioso
monarca del Occidente medieval, en el rey perfecto, capaz de rivalizar con la
gloria de Carlomagno y el recuerdo dorado de Alejandro Magno; en el gran
caudillo de la Cristiandad
y el único rival que pudo resistir el poder de Roma. Igualmente, puede resultar
desconcertante imaginar cómo fue que los oscuros compañeros de
correrías de Artorius (el oso) o los hombres de Ambrosius Aurelianus se convirtieron en esos deslumbrantes
caballeros, modelo y parangón de todas las virtudes a las que aspiró el hombre
de la Edad Media.
Contestar la pregunta de si existió realmente Arturo
es algo que tal vez nunca pueda hacerse satisfactoriamente. Si hubo un Arturo
histórico éste pertenece a finales del siglo V o principios del VI, época
bastante oscura y de la que no conservamos demasiados testimonios; período en
el que el rey Vortigern permitió
la entrada de anglos y sajones a la
Isla de Bretaña y que propició que se iniciara la invasión
que algunos caudillos locales trataron de frenar. El nombre, la identidad, las
fechas, no las tenemos, pues la primera vez que se menciona a Arturo en un
texto historiográfico es en la Historia Brittonum del monje galés Nennius, de siglo IX; es decir,
pasaron más de trescientos años antes de que el hecho histórico, si lo hubo,
fuera registrado.
La primera vez que el nombre de Arturo aparece en
algún documento literario es en la Vita
Santae Columbae (comienzos del siglo VIII), donde la santa predice
al caudillo Artorius su muerte en combate. Sin embargo, hay que esperar a
Nennius para que, hacia el año 830, se mencionen las doce batallas de Arturo
contra los sajones y su triunfo definitivo en Mons Badonicus (Monte Badón),
donde perecen miles de sajones. En este texto Arturo no es un rey, sino un dux
bellorum, un caudillo guerrero, que, aunque siempre ganó sus batallas, no
pudo impedir la invasión sajona ya que estos siempre recibían nuevos refuerzos
del continente. Parece muy difícil que Nennius haya creado de la nada a Arturo,
es posible que para narrar sus hechos se basara en algunos textos galeses de
tradición oral en los que la figura de Arturo se cantaba como la el último gran
jefe que resistiera a los odiados opresores. Y es casi seguro que la última
batalla, la de monte Badón, sea un hecho histórico registrado cuyo recuerdo
perduró entre los bretones como la última victoria conseguida antes de la
supremacía sajona. Sobre la batalla de Badón otros historiadores dan noticia,
aunque ninguno de ellos menciona a Arturo: Gildas, en su De Excidio et conquestu Britanniae
(ca. 560) y el venerable Beda, en la Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum (731), éste último, al
recordar la batalla de Monte Badón, sitúa a la cabeza de la resistencia contra
los sajones a Ambrosius Aurelianus, guerrero de ascendencia romana.
Un poco más tarde, en Los Annales Cambriae
(siglo X), se registra que el famoso enfrentamiento tuvo lugar hacia 516; pero el dato importantes es que es en los Annales
donde se menciona por primera vez la batalla de Camlann, y se añade que en ella
murieron Arturo y Medrawt, que bien puede ser Mordred. Al parecer la leyenda ya
tenía todos los elementos que después se hicieron famosos. Como ya había
aparecido en Nennius, Arturo se presenta
cargando una imagen religiosa (la virgen María en Nennius, una Cruz aquí) que
le ayuda a vencer a sus oponentes. Este rasgo es buen indicador de la
propaganda religiosa que estaba aprovechando la fama del caudillo, pero también
muestra como Arturo ya era considerado un pilar de la Cristiandad.
A comienzos del siglo XII, en la Gesta Regum Anglorum, Guillermo de
Malmesbury cuenta la historia de Arturo basándose en Nennius, pero tratando de
conciliar su versión con la de Gildas y Beda, también critica las fábulas que
se han inventado sobre Arturo, dando así testimonio de la existencia de éstas.
Tal vez una de ellas sea la que se recoge en la Vita Gildae de Caradoc de Llancarvan (antes de 1136), donde se
narra cómo Melvas, rey del País de verano, raptó a
Guennuvar, la mujer de Arturo y la llevó a su castillo de cristal (Glastonbury). Tras larga búsqueda y
asedio, Arturo, con ayuda del abad de Glastonbury recupera a Ginebra. Como
puede observarse, se trata, en líneas generales, de la misma historia que
relata El caballero de la carreta de Chrétien de Troyes. Ya se pueden
reconocer los hilos de las historias que los novelistas franceses retomarán
apenas unos cincuenta años más tarde. Guillermo de Malmesbury, en su intento de
dar una versión fiel de la historia, presenta a Arturo como un lugarteniente de
Ambrosius Aurelianus, recuerda su victoria en Monte Badón y dice que llevaba
pintada la imagen de la Virgen en su armadura o su escudo. Guillermo, dando fe
del desprecio que tenía por las historias que trasmitían los bardos, se lamenta
de que Arturo, quien era digno de ser alabado
por los historiadores, fuera recordado casi únicamente, en fábulas
falsas.
Guillermo de Malmesbury, anglonormando, se burla,
como casi todos los franceses, de las "bromas
de los bretones" sobre el regreso de Arturo. Al parecer
estas alusiones al monarca que esperaba en Avalón la oportunidad de regresar a
batallar contra los nuevos invasores eran muy populares. En De Miraculis
Santae Mariae Laudunensis (ca. 1146), de Hermann de Laon, se
menciona que en Cornualles surgió una feroz disputa entre los guardias de una
capilla ya que uno de ellos negó que Arturo aún estuviera vivo. El narrador
hace hincapié en que tales peleas eran comunes cuando hablaban bretones y
franceses. Por otra parte, Hermann de
Laon, cuando dice que se les mostró a algunos canónigos su trono en Devon, se
refiere a Arturo llamándolo "rey de los bretones".
Así, la figura de Arturo había ido ganando complejidad y títulos conforme
pasaba el tiempo: de un oscuro guerrero, vencedor de una batalla apenas importante se había convertido ya en el rey
de la esperanza bretona, en el
héroe que algún día regresaría para liberar a su pueblo de los opresores.
Sin embargo, a pesar de
que todos estos testimonios dan fe de la evolución de la leyenda artúrica y de
los pasos en que se fue forjando, faltaba la gran obra que culminaría este
génesis y perfilaría a Arturo en todas las características y virtudes que se
convirtieron en su identidad. Tal función le correspondió a la Historia
Regum Britannie, de Geoffrey de Monmouth, pero ese es el material de otra nota.
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